domingo, 27 de febrero de 2011

Recorrido

Apenas subió al ómnibus me llamó la atención. La chica vestía - en uno de los días más crudos del invierno-, una túnica india hasta los tobillos, liviana, estampada en colores tenues. Sobre ella llevaba un chal beige, tejido a crochet terminado en largos flecos de hebras doradas. Suspendido sobre la cadera colgaba un bolso abultado de algodón, a rayas estridentes, también rematado en finos flecos deshilachados. Al sentarse frente a mi, noté que calzaba zapatillas de ballet sobre zoquetes blancos caídos sobre ellas. Sus pies eran diminutos, así como sus manos. Yo, fascinada, no podía quitarle los ojos de encima. Poco importaba, porque sus ojos grises de humo y niebla estaban ajenos a cuanto la rodeaba. Su rostro color tiza, un estilo Modigliani, estaba enmarcado por un cabello oscuro y lacio que le caía en forma despareja hasta la cintura.

Apenas se sentó, comenzó a envolver un mechón de pelo alrededor del dedo índice; la cabeza algo ladeada y los ojos de humo y niebla perdidos en un punto misterioso. Cada tanto permitía que el mechón se desenroscara, lo acariciaba suavemente entre el pulgar y el índice y luego volvía a enrollarlo en su dedo. No se perturbaba por los gritos del guarda ni por la excitación de los niños recién salidos de la escuela ni por la gorda que protestaba ni por mi mirada fija en su persona.

De pronto, el colorido bolso bajo su pequeña palma comenzó a moverse. Una cabecita negra, puro bigote, asomó primero. Luego un cuerpo sedoso color azabache.

<<¡Un gatito!>> gritó un escolar.

Deseé que el incidente arrancara a la joven de su ensoñación, pero ella ni se percató. Haciendo tirabuzones con su mechón, su mano era el único engranaje en movimiento dentro de una maquinaria estática. Enroscaba. Desenroscaba. Otra vez. Y otra…

El gatito ronroneaba mientras los niños lo pasaban de brazo en brazo. A un pelirrojo pecoso le pareció divertido tirarle de la cola. El gatito aumentó de tamaño y saltó sobre el hombro de una mujer. Aterrada, ésta profirió un agudo chillido. La joven continuó inmutable.

Repentinamente, el gato se transformó en una reluciente pantera. Los pasajeros, presos del pánico, comenzaron a gritar. Se empujaron. Se pisotearon. Intentaban, despavoridos, huir con el ómnibus en movimiento. Frente a la puerta de emergencia, un veterano, blandiendo su paraguas, increpó duramente a la chica,. La gorda quejosa, trepada sobre el respaldo de un asiento, repetía , histérica. <<¿A quién se le ocurre traer semejante bicho?>>

La chica continuó sin emitir sonido. Miraba sin ver por sus ojos de humo y niebla y su mano continuaba el movimiento mecánico con el mechón de pelo. El ómnibus se vació.

Unas cuadras más adelante el vehículo se detuvo y el guarda gritó: <<¡Destino!>>. La muchacha movió sus ojos buscando a la pantera. Sus ojos se hicieron verdes, refulgentes, de pupila alargada. La pantera comprendió. Dejó de pasearse elegantemente de asiento en asiento y comenzó a acercarse a la chica por el pasillo, haciéndose cada vez más pequeña a medida que se le aproximaba. Pronto fue un gatito minúsculo. Al fin, apenas un punto negro de cola larga, se trepó en su índice y desapareció en las oscuras hebras enroscadas. La chica liberó su mechón, recuperó sus ojos de humo y niebla y se bajó.