domingo, 14 de marzo de 2010


El amor (mix de personajes míticos y dios).

Un toque moderno.

Yo sé que soy hermosa. De hecho, soy de las más bellas. Pero no puedo negarlo: Afrodita, mi suegra, (o ex suegra debería decir), lo era más. De ahí sus celos: no podía soportar la competencia. Ni siquiera tomó en cuenta que yo personifico el alma, lo cual no es poca cosa. ¿Qué más quería para el nene? ¿Una princesa? Ay Afrodita, a veces se te pelan los cables. Eros, -un divino-, me decía: - No te preocupes, Psiquita, no le hagas caso, ya se le va a pasar…-

¡Qué se le iba a pasar a esa hija de Zeus! (Mil desgracias me trajo).

Es cierto, al final nos casamos, con una mega fiesta en el Olimpo. El que lo decidió fue el Rey. Tronó y mandó aquel rayo Todopoderoso. Y sí, cuando Zeus dispone, todo el mundo boca abajo, incluso Afrodita. (Aunque siempre quedó atragantada).

Lástima que lo nuestro no duró nada. Yo creo que el divino de Eros era medio pollerudo y no soportó la eterna cizaña de la madre. Un buen día se esfumó. Para siempre.

Pero yo no me iba a quedar tejiendo como Penélope. Así, empecé a buscar algún buen candidato. Primero apunté a los dioses más poderosos. Hasta me fijé en Poseidón, les confieso. ¡Qué estampa en la carroza arrastrada por sus caballos entrenados para el mar! Dos cosas me decidieron en contra: una que no quería volver a entrar en la rosca de la flia. política y otra que es demasiado viejo para mi. A Apolo también lo fiché. Es súper pintún, sabio también. Pero es muy picaflor y las Harpías me dijeron que se duda de su virilidad. ¿Y otro más de arco y flecha? ¡No!

¿Y Perseo? me pregunté. Ese sí me cerraba. Creo que por aquello de salvador que tiene. Que todos sabemos cómo la sacó a Andrómeda de su apuro. Pobre de ella, yo sé lo que es estar atada a una roca a merced de tu destino.(Inmerecido, además). Me re embalé con ese valiente, les cuento.

Mis fantasías con ese ser inteligente y audaz que tan bien había resuelto el tema de la Medusa, me empujaron a forzar un encuentro. Un día fui a la cancha donde Perseo se entrenaba para el lanzamiento del disco en los Juegos Olímpicos. La tarde estaba agradable y todos los dioses y semidioses que no iban a participar paseaban por ahí, charlando en grupos, transformando seres en animales, en fin…entre venganzas y recompensas, como siempre. Se me acercó Jasón, flor de asqueroso, y algún otro pero yo seguí mi camino sin darles ni un oráculo.

Cuando Perseo terminó su rutina, me le acerqué y empezamos una charla amena. Muy pronto disfrutábamos un romance furtivo. Mientras Andrómeda se quedaba en casa cuidando a los chicos, Perseo y yo nos perseguíamos por los bosques y las colinas, nadábamos en el mar riendo a carcajadas y nos amábamos desenfrenadamente.

Una romántica noche de luna llena, mientras paseábamos de la mano, percibí a mi compañero muy serio y callado.

-No puedo hacerle esto a Andrómeda-, me dijo. Sin anestesia.

Callé.

- ¿Sabés todo lo que he hecho por ella? Pasé tantas pruebas, petrifiqué a tantos…La salvé por amor. Quizás debí usar el espejo también contigo. Como con la Medusa. Para no mirarte a los ojos y quedar hipnotizado con tu belleza, fascinado con tu alma. O ponerme el casco de hombre invisible, para admirarte sin que te enamoraras de mi. Te amo más que a nadie, Psique, pero no debo dejar a mi esposa. La ira de los dioses caería sobre nosotros y yo no podría protegerte.-

A esa altura yo también me había estado preguntando si no era una injusticia lo que hacíamos. Con Eros yo había aprendido mucho del amor. Yo también me había jugado por él. (¡Ni recordar cuando tuve que bajar al Hades!) Además, Androméda me caía muy bien, ya lo dije.

Así que nos despedimos con apretados abrazos y ríos de lágrimas, separándonos antes del amanecer. No supe más de Perseo. Embarcada en distintas naves, conocí otros mundos: padecí terremotos y tormentas de mar. (Cuando Poseidón, enojado, golpea con su tridente, aprontáte para el tsunami). También descansé en las calmas subsiguientes…

Una quinta noche de luna , los viajeros quisimos conocer una bahía nueva, acunada en medio del vasto mar. Bajamos a las canoas y nos mecimos en un silencio con melodía de remo.

Al desembarcar, ya sentada en la arena, abrazada a mis rodillas, noté en el cielo una nueva constelación. Supe que era Andrómeda. Sonó la música del laúd, alguien prendió una pipa y todos juntos empezamos a cantar bajito. Como llamado por nuestras voces, Perseo se materializó a mi lado.

-¿Nos vamos a Micenas?- me invitó. Así, de zopetón.

-Obvio,- contesté.

Fue mucho después cuando caí que Perseo también era hijo de Zeus. (Un buen hijo). No me importó. Al fin y al cabo estamos todos emparentados. En Micenas nos construimos un hogar fuerte y nos quedamos a vivir con los tres chicos de Perseo.

El palacio es grande y tenemos planes de aumentar la familia. Perseo quiere que tengamos dioses. A mi, si son dioses o semidioses me da lo mismo. ¡Con tal que no sean mortales! Esos son muy indefensos, pobrecitos. De última, el que lo decide es mi suegro.

martes, 9 de marzo de 2010

fragmento de un mito de creación del ser humano


El Sol se ha despojado de su ropaje anaranjado, cuando Perques alcanza la playa. Al descubrir la luz débil y titilante que agoniza en la orilla, Perques se lanza a la carrera. Es tan veloz que deja una estela de llamas rojas.

Viene subiendo la marea. Si Perques no llega a tiempo, el mar se robará a Anés y él no podrá cumplir su misión. Cuando la alcanza, jadeante, Perques queda inmóvil. El Ser de Luz es fascinante, totalmente distinto a todo lo que él conoce. Maravilloso. Anés percibe una presencia cálida a su lado. Abre los ojos. Extiende sus brazos invitando a Perques a alejarla del agua.

Sobre la arena fresca de la noche, Anés y Perques se reconocen como dos seres de la misma especie. Son Hombre y Mujer, aunque no conocen estas palabras. Ella sabe a espuma de mar. El, a savia joven. Las llamas tibias de Perques devuelven a Anés su luz primitiva y ambos se fusionan alumbrados por la luna Nueva. Con picardía, algunas estrellas abandonan sus sitios, para espiar a los amantes. Oxum les corta el vuelo y las denomina Fugaces. Se levanta un viento arrachado que aviva los fuegos, estremece el mar, sacude las ramas y las hojas…

Mucho más tarde Perques y Anés yacen abrazados bajo las palmas. Los tempranos rayos de sol se filtran dibujando motas en sus pieles blancas. Un perfume a frutos maduros impregna el ambiente. Todo está en paz. En nueve lunas más un llanto quebrará el silencio de la noche. Pero ellos aún no lo saben.