martes, 9 de marzo de 2010

fragmento de un mito de creación del ser humano


El Sol se ha despojado de su ropaje anaranjado, cuando Perques alcanza la playa. Al descubrir la luz débil y titilante que agoniza en la orilla, Perques se lanza a la carrera. Es tan veloz que deja una estela de llamas rojas.

Viene subiendo la marea. Si Perques no llega a tiempo, el mar se robará a Anés y él no podrá cumplir su misión. Cuando la alcanza, jadeante, Perques queda inmóvil. El Ser de Luz es fascinante, totalmente distinto a todo lo que él conoce. Maravilloso. Anés percibe una presencia cálida a su lado. Abre los ojos. Extiende sus brazos invitando a Perques a alejarla del agua.

Sobre la arena fresca de la noche, Anés y Perques se reconocen como dos seres de la misma especie. Son Hombre y Mujer, aunque no conocen estas palabras. Ella sabe a espuma de mar. El, a savia joven. Las llamas tibias de Perques devuelven a Anés su luz primitiva y ambos se fusionan alumbrados por la luna Nueva. Con picardía, algunas estrellas abandonan sus sitios, para espiar a los amantes. Oxum les corta el vuelo y las denomina Fugaces. Se levanta un viento arrachado que aviva los fuegos, estremece el mar, sacude las ramas y las hojas…

Mucho más tarde Perques y Anés yacen abrazados bajo las palmas. Los tempranos rayos de sol se filtran dibujando motas en sus pieles blancas. Un perfume a frutos maduros impregna el ambiente. Todo está en paz. En nueve lunas más un llanto quebrará el silencio de la noche. Pero ellos aún no lo saben.

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