
El Sol se ha despojado de su ropaje anaranjado, cuando Perques alcanza la playa. Al descubrir la luz débil y titilante que agoniza en la orilla, Perques se lanza a la carrera. Es tan veloz que deja una estela de llamas rojas.
Viene subiendo la marea. Si Perques no llega a tiempo, el mar se robará a Anés y él no podrá cumplir su misión. Cuando la alcanza, jadeante, Perques queda inmóvil. El Ser de Luz es fascinante, totalmente distinto a todo lo que él conoce. Maravilloso. Anés percibe una presencia cálida a su lado. Abre los ojos. Extiende sus brazos invitando a Perques a alejarla del agua.
Sobre la arena fresca de la noche, Anés y Perques se reconocen como dos seres de la misma especie. Son Hombre y Mujer, aunque no conocen estas palabras. Ella sabe a espuma de mar. El, a savia joven. Las llamas tibias de Perques devuelven a Anés su luz primitiva y ambos se fusionan alumbrados por la luna Nueva. Con picardía, algunas estrellas abandonan sus sitios, para espiar a los amantes. Oxum les corta el vuelo y las denomina Fugaces. Se levanta un viento arrachado que aviva los fuegos, estremece el mar, sacude las ramas y las hojas…
Mucho más tarde Perques y Anés yacen abrazados bajo las palmas. Los tempranos rayos de sol se filtran dibujando motas en sus pieles blancas. Un perfume a frutos maduros impregna el ambiente. Todo está en paz. En nueve lunas más un llanto quebrará el silencio de la noche. Pero ellos aún no lo saben.
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