miércoles, 16 de diciembre de 2009

Flap flap


16 de diciembre

Hoy le mentí a mamá. Le dije que nos encontrábamos con Lala y Mario, porque sola con Jerónimo no me iba a dejar ir. Por suerte mi hermana me cubre. Lala me hace gancho porque Jero es primo de Mario. Sabe que es tímido. Que si hay otros cerca no se me declara más.
Entramos con la película empezada. Había poca gente. Casi todos serían de Santa Clara, porque los de acá ya la vimos todos. Nos sentamos en la última fila. Habían prendido el ventilador de techo, que mucho no refrescaba. Su vibrar se confundía con lo que hablaban los actores. No me importaba. En un momento, Jero me ofreció un ticholo. Me parecen demasiado dulces, pero no quise despreciar. Seguro los compró para mi.
A la mitad de la película, Jero puso su brazo en la butaca y rozó el mío. Yo no lo saqué pero me vino un calor que me subió como de abajo hasta la cara. Gracias que por lo oscuro no pudo ver que estaba roja como un tomate.
Faltando poco para la parte que se despiden en el puerto, me empecé a poner nerviosa. Ibamos a salir unos minutos antes del final. Jero seguía callado. De a ratos se movía en el asiento y yo trataba de concentrarme en la película. Pero no podía. En uno de esos acomodos, pasó el brazo por arriba de mi butaca y se me acercó. Me envolvió en su típico olor, ese que me encanta: a brillantina, jabón y agua colonia. Yo me quedé dura, mirando la pantalla: estaban abrazados frente al mar, en silencio. Ella, con un pañuelo en la cabeza, él todo de blanco. Con la bulla de las gaviotas, se me atropellaron los pensamientos. Se me olvidó la respuesta que ensayé miles de veces. Jero me agarró la pera y nos miramos. Tenía la cara blanca en esa luz. Su brazo se fue de la butaca a mis hombros. Cerré los ojos y le ofrecí mis labios, contestando su :-Te amo ¿querés ser mi novia?-,(que, ahora que pienso, no dijo con esas palabras. Bueno, a decir verdad, no dijo nada).
El flap flap flap de la cinta partida nos hizo separarnos más pronto que ligero. Se prendieron las bombillas bajas y todos empezaron a protestar y patear el piso. Yo me zambullí como que había perdido algo. Deseaba con todas mis fuerzas que volviera la oscuridad.

A Poem Dreamt


There was a sin
Beneath the sails that spread
Beneath the coat of paint
Beneath the naked steel
So, from the hatch emerged
There was a sin.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Entrenamiento

Estaba alerta. Como un látigo de acero, el viento en el rostro le aceleraba los latidos del corazón. Las manos planas sobre los exteriores de la puerta mantenían su cuerpo en posición. La voz de mando le llegó breve, sin inflexiones. Impulsándose con una pierna y ambas manos, Sophie se lanzó fuera.
Cerró las piernas y apretó los antebrazos sobre el pecho, esperando el tirón de apertura. Al desplegarse el paracaídas, el sonido sordo del avión que se alejaba le transmitió que dependía únicamente de sí misma.
Se le acercaba el terreno. Tocó tierra con una voltereta perfecta. Enrollando el paracaídas, salió disparada hacia los árboles para buscarle el mejor escondite.
La maleza, crecida desde el último informe, había cambiado el paisaje. Le costó un tanto localizar el punto indicado para el encuentro. A pesar de las estrellas, la noche no era clara. Una luna menguante asomaba tímidamente de a ratos.
Sophie esperaba que su contacto fuera puntual. Mientras sujetaba los mechones escapados de su rodete severo, el hombre sigiloso la sorprendió:
-Soy Pierre. Sígame. Rápido. —susurró, con acento gutural.
En su carrera zigzagueante a través del monte, Sophie tenía dos metas claras: no tropezar y no perder de vista a Pierre. El hombre corría ágilmente sorteando los escollos del terreno desparejo.
Sophie nunca aminoró. Por el estruendo, adivinó la catarata antes de llegar. Pierre se detuvo en la orilla, sosteniéndola con sus brazos fuertes cuando ella lo alcanzó jadeando.
— Métase allí abajo, —dijo él, señalando un pesquero de madera rústica. —Verá ropa de paisana. Cámbiese y deme el uniforme.
Al subir a la pequeña embarcación, la envolvió un tufo repulsivo a pescado. La bilis súbita, amarga y quemante le trepó por la garganta exigiendo expulsión. La muchacha apenas logró inclinarse por el borde antes de vomitarla, amarilla, agria, entre arcadas que la rajaban del estómago al pecho.
—Vamos, vamos, —repetía Pierre, de espaldas a Sophie, mientras levaba el ancla.
La chica emergió vistiendo una amplia falda estampada y un grueso saco de punto. Entregó a Pierre el uniforme. Prestamente él lo lanzo por la borda: envuelto y atado con un lastre. Sophie lo observó flotar un instante. Luego el agua lo devoró en un solo bocado. Ella permaneció mirando los círculos concéntricos hasta que la voz ronca de Pierre la espabiló:
—Navegaremos unas dos horas. Al pasar debajo de la catarata el ruido es ensordecedor. Se va a poner movido, pero todo está bajo control. Hay agua en un bidón y galleta marina-
—¿Comida? Noo, —interrumpió Sophie.
— Le aconsejo que no se quede con el estómago vacío, — replicó Pierre, amagando una sonrisa y con un destello en sus ojos claros. Enseguida, serio, agregó:
—No se mueva de la gambuza. Si lo necesita, hay un balde. Y si llega a escuchar un acceso de tos, le estoy avisando peligro. Se tapa con la manta y aguanta la respiración. Aunque muera asfixiada ¿entiende? ¡Y mucho cuidado con los anzuelos! Ahora, baje.
La embarcación se mecía peligrosamente. Arrollada en la gambuza, con el olor pestilente a combustible y pescado, Sophie se sentía morir. Tenía náuseas permanentes y su cabeza estallaba, pero se resistía a probar bocado, por lo que el malestar empeoraba. Pasada la cascada, su cutis blanco había adquirido un tinte amarillo verdoso y sus labios estaban violáceos. Se odiaba a sí misma por esa debilidad, pero se excusaba: ella era mujer de aire, no de mar. Pierre se asomó una vez, pero no emitió palabra. Se limitó a menear la cabeza y subir raudamente a cubierta. Cuando tosió, Sophie ya había escuchado el motor ajeno y se encontraba debajo de la manta raída. Pero le llegaron saludos amables entre pescadores, alguna risotada, y luego retornó el monótono y solitario ronquido del “Sans Souci”.
Al fin se detuvieron. Sophie no se movió hasta que Pierre la llamó para desembarcar. El tomó una bolsa de pescado y ella, unos aparejos. Había aclarado y una brisa fresca hamacaba la falda de la mujer. Al subir la cuesta, ella iba disfrutando de esa caricia en sus piernas, del aire puro, de los pájaros que alborotaban los árboles…
Disimulada entre las cañas silvestres, la cabaña de troncos se presentó de improviso. Pierre abrió la puerta del fondo y la invitó a pasar. Estaba todo ordenado: con las comodidades necesarias, muchos libros y un aparato de comunicación por radio que dominaba el ambiente. En un rincón, una coqueta valija nueva.
—Entonces Pierre, ¿Ud?.. ¿Ud mismo me llevará a?... —la frase quedó descolgada.
— No, yo me quedo aquí. Cuando Ud. esté más descansada, Monsieur Ville la vendrá a buscar. El la conducirá a Paris donde Madame Fleuri la empleará en su cabaret. Pronto ella le presentará al General Fleischer. No tengo duda, Sophie, Ud. ha sido bien elegida.
— Por supuesto, —dijo ella, retomando su aire seguro. Y agregó: —Se me instruyó partir de aquí mañana.
— Tranquila, Sophie, ahora estamos nosotros a cargo. Su misión, lo sabe bien, es muy riesgosa. Por tanto es necesario que Ud. se presente ante el General, en su forma más, emmm, digamos…atractiva. Disculpe, pero hoy su aspecto…
—¿Qué? ¿Qué tiene?
— Bueno, venga, mírese al espejo.

Quizás dos días hubieran sido suficientes. Sophie ya había recuperado su color y el brillo de su larga melena rubia. Sin embargo, Pierre alegaba que aún no estaba preparada. Cada noche la hacía probarse distintas prendas de la valija: vestidos de satén, estolas de piel, medias de seda, zapatos de color. Las uñas rojas debían estar impecables, los labios pintados, el cuerpo, perfumado. A la luz de las velas, Pierre ponía música y ella, sentada en el brazo de un sillón, practicaba durante horas las canciones sensuales. El hombre era aún más exigente que el viejo instructor Mackay. Una noche, como broma, la chica exageró sus mohines y acentos, en una alocada caricatura de su propia actuación. Furioso, Pierre le lanzó una retahíla de críticas por su falta de seriedad. Sin contestar, Sophie, con sonrisa sugerente, se le arrimó exhalando humo por su boquilla de marfil …
Las tardes subsiguientes, húmedas, lluviosas, los encontraron enredados en la transpiración de sus cuerpos, entre sábanas pegajosas impregnadas de pasión. Sin embargo, en las noches continuaba la rutina establecida anteriormente: rigurosa, comprometida.
Una madrugada, al colarse un rayo de sol, Sophie se despertó sobresaltada. Intentó volver a dormirse pero algo la preocupaba. Tenía que ver con un sueño escurridizo, unas palabras, un sentimiento… Se levantó para preparase un café. Pierre la vio parada frente a la ventana con la vista perdida… Pensó que jamás había conocido una figura más perfecta y supo que toda su vida la recordaría así: con el sol en el pelo y la taza humeante en una mano. Le hubiera gustado poder pintarla.
De pronto, Sophie atrapó su sueño. Dos palabras: <abortar misión> . También recordó el alivio que le produjeron y fue como un sismo que hizo temblar sus estructuras. Corrió hacia la cama y se dejó abrigar entre los brazos de Pierre, quien también se sentía en falta.

A la semana, Monsieur Ville se presentó sin aviso. Esperó discretamente afuera, tironeado de su bigotito, mientras Sophie aprontaba la valija y se despedía de Pierre. Los abrazos y los besos tuvieron otra urgencia esta vez. Luego ella subió al auto y el conductor arrancó. Estudiándose en el espejo de su polvera, la mujer comenzó a retocar el rouge de labios. Pierre quedó observando la rubia cabellera que caía sobre los hombros rígidos y acompasaba el traqueteo sobre los adoquines… hasta que el vehículo desapareció en la curva.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Insomnio


Usualmente, a eso de las nueve, a Sara le sobreviene el tedio. Como una niebla espesa, se le cuela hasta los huesos en las noches de invierno. Despachada la cena liviana, a sus ochenta y cinco años, encuentra poco que hacer. Con su audición debilitada, la tele y la radio ya no le atraen mucho. Libros y crucigramas son favoritos de la tarde, pero infelizmente los juegos nocturnos con sus hermanas se han cortado a raíz de las discusiones.
Coloca el bastón a su alcance y, frotándose la pierna enferma, se sienta, con un suspiro, frente al ventanal de su dormitorio. La pared oscura del edificio de enfrente se anima aquí y allá con luces dispersas. Le recuerdan a las luciérnagas sobre el césped. ¡Cómo se divertía correteándolas con sus hermanas para echarlas en tarros de vidrio! A propósito: Cora y Beba están francamente insufribles. La convivencia se torna difícil. Cora, siempre quejosa: que el reuma, que los ruidos, que las corrientes, que las empleadas… En los últimos tiempos la cantilena es la indigestión. ¡Bien merecida! Por esconder los bombones y apurárselos de una vez evitando el convite. Así está: regordeta, descuidada, paseando sus pesados lamentos por las habitaciones.
La menor, Beba, antes tan divertida, liberal y ocurrente. Otra Beba. Bien distinta a esta: seca, avinagrada, prejuiciosa. Santurrona, prendida al rosario. Con los ojos irritados por no quitarse los lentes de contacto de noche. Terca. Ya la rezongó el óptico.
A pesar de todo, Sara no puede negarlo: las extraña. Extraña el Scrabble, aunque tenga que ayudarlas a formar palabras. Extraña la conga , aunque deba explicarle las reglas a Cora cada vez y Beba demore un siglo en el descarte. Aunque a veces tenga que mirarles las cartas, soplarles qué tirar. Aunque Beba se atufe, acusándolas de ladronas cuando pierde. Por lo menos es mejor que este ostracismo autoimpuesto. Con el último bocado, dejan la mesa sepulcral para encerrarse a lidiar con el insomnio como puedan. Noches interminables, con los ojos apretados intentando atrapar el sueño. Negros pensamientos, monstruos de la oscuridad. De lo contrario, sucumbir. Al lado del agua y la servilleta con puntilla, allí nomás, la pildorita blanca. Tan ínfima. Tan inocente. Un mazazo. Para despertar, embotada, con aliento pastoso, al día siguiente.


Con el vaso a medio camino de la boca, Sara se frena. Han encendido una luz potente en el apartamento de enfrente. Ella recuerda la reciente mudanza ruidosa, temprano en la mañana, después de meses de oscuridad y silencio. Vuelve el somnífero a la mesita vestida de satén y toma los pequeños binoculares que custodian los retratos de su fugaz gloria.
Un morocho joven con el pelo atado, musculosa ceñida y pantalón negro, ha entrado en la habitación. No hay muebles. Las paredes son espejos y un aparato de música lo aguarda pasivo en un rincón. El muchacho se le acerca y al instante las lucecitas verdes le sonríen. Ni un acorde escapa por el ventanal hermético. El artista se apoya en una barra y comienza, con pliés, su rutina. La mujer queda fascinada: la armonía del bailarín la hipnotiza. Sara va componiendo la música y lo acompasa.
El joven ahora danza en el medio de la habitación. Sus movimientos son apasionados. Gira. Se lanza a un lado y otro. Sus bíceps brillan. Sara lo persigue con los binoculares. Al borde de la butaca, ella es etérea, con pies expertos que la equilibran para acompañar a su partenaire en los grand jetés, en las piruetas, en todas las acrobacias. Un suave perfume de rosas emana de sus retratos y se esparce por la habitación en penumbra. Sara es Odette, el cisne. Y no le duele nada.


A lo lejos, en el comedor, suenan once campanadas del reloj de pie. La presencia de Cora a su lado, sobresalta a la hermana mayor.
—¿Qué pasa?
— No puedo dormir, Sarita, —le murmura Cora al oído, como cuando eran chicas.
—Bueno, acercáte la butaca, vení.
—Te traje chocolates, ¿querés?
—¿Qué?... No, gracias. En un rato… —replica la hermana.
—¿Es el nuevo vecino, no? Yo miraba también, pero de mi dormitorio no tengo buena perspectiva —comenta Cora arrastrando el asiento.
—Sí —responde Sara—. Es un puro deleite verlo bailar.
Cora, resoplando, se apoltrona en la butaca. Desenvuelve con destreza el crujiente papel dorado y se mete un bombón en la boca.
—Sarita, decime, ¿qué está bailando ahora? No me doy cuenta, no conozco ese baile, ¿tu? —pregunta, ajustándose los lentes.
—A ver…Noo. Calláte…esperá… ¿Cóoomo? Se está quitando la camiseta. Mirá, la está revoleando. La largó al piso —relata Sara, inclinándose hacia delante y ajustando el foco con las manos temblorosas.
— Yo distingo el movimiento, pero… ¿será por mis cataratas? Esos detalles no los veo.
—¡Corita!¿Qué hace? ¡Se quitó el pantalón!
—¿Estás segura? —pregunta Cora, casi chocando la cabeza con el vidrio y frunciendo tanto la nariz que por poco pierde los lentes—. ¿Y ahora?
—Se está acercando más al ventanal. ¿Ves? Y sigue bailando. En slip blanco. De frente, más lento. Es muy sensual este chico. ¿No lo ves?
—No mucho. Ay, ahora mejor, sí. Cerrá las cortinas. Por favor, que no nos vea. Me da vergüenza, Sarita.
—¿Qué? ¿Que te da vergüenza? Dejáte de embromar. ¿A esta altura, vergüenza? ¡Por favor! Tenemos show propio —ríe Sara, divertida, codeando a su hermana.
—¿Te parece? Bueno, puede que tengas razón. Pero a Beba, ni una palabra, ¿eh? — concede la gordita sonriendo con picardía. Y agrega con la boca llena:-Mañana pido hora con el oculista.

En camisón de franela blanco, con la cara cubierta de crema y una cruz de nácar colgando sobre el pecho, Beba revuelve su bolsito de medicamentos. Constatando que se ha quedado sin somníferos, cruza al dormitorio de Sara. Sus hermanas, concentradas frente al ventanal, no se percatan de su presencia. A ella le pica la curiosidad. Se acerca, cuidando de no arrastrar las pantuflas. En ese mismo momento el stripper se deshace de la última prenda. Así, como Dios lo trajo al mundo, hace una profunda reverencia y luego sopla besos a sus dos fans que, a las carcajadas, se ponen de pie para aplaudirlo. Beba, apretando contra sí la cruz, chilla:-¡Ave María Purísima!

jueves, 1 de octubre de 2009

Premia a tu sobreviviente favorito






PATITO FEO: sobrevivió a picoteos de patos, pollos y de sus propios hermanos, a emigrar y a nadar en aguas gélidas.
GATO CON BOTAS: sobrevivió a la lucha contra el ogro (como ogro y como león).
LOBO DE LOS 3 CHANCHITOS: sobrevivió a la caída estrepitosa en una olla de agua hirviendo.
SOLDADITO DE PLOMO: sobrevivió, mutilado ya, a caída del alféizar, a terrible tormenta, a las ratas de la alcantarilla, a un naufragio, a ser comido por un pez y al fuego.

De la serie “Sapos y princesas” (5)

martes, 29 de septiembre de 2009

Ocasionalmente, en este sitio se exhiben dibujos o fotografías de otros autores obtenidas gratuitamente. La intención es ilustrar textos de creación literaria y no reviste ningún ánimo de lucro, pero si el titular de los derechos considera que su obra no debe ser expuesta aquí sólo tiene que enviarme un correo a cecardo@adinet.com.uy y será retirada inmediatamente.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Praia do Rosa


Subiendo y bajando, al anochecer, confluimos los 17 ( padres, hijos) en ese lugar oculto. La cabaña más grande fue centro de reunión. Tres hamacas colgantes se mecían suavemente al concierto de insectos, ranas, y demás cantantes nocturnos. Apenas alguna que otra lucecita tenue se posaba, discreta, en los morros. Unas caipiroskas relajantes, una picadita y a dormir.
Al abrir el postigo, respiré el verde exuberante. El sol naciente se desprendió del mar y envolvió mi pena en un abrazo tibio.

Praia do Rosa

domingo, 27 de septiembre de 2009

Piano piano





Dos pícaros aprendices de magos codiciaban la varita mágica del Maestro. Las de ellos echaban polvitos brillantes pero tenían poderes débiles. Un día, estando el Maestro ausente, le robaron su varita. Muy divertidos, se dedicaron a convertir a sus compañeros en sapos y culebras por un rato. Luego los transformaron en perros. Al fin, hartos de los ladridos, probaron suprimir el hechizo. No pudieron. Apenados, le contaron al Maestro. En penitencia, éste los transformó en gatos. Aún corren…

De la serie: “Sapos y Princesas” (4)

viernes, 25 de septiembre de 2009

¿De Medici?


En Florencia nos tienta una “passegiatta” en carruaje. Regateo el precio:-Sin shoppings- digo. El cochero-guía igual decide el recorrido típico. Eso sí. Como en Fórmula 1. Salta la gente por sus chiflidos. Ni en San Fermín. AcálacasadeDantelaiglesiadondesecasóconBeatricecatedralpiiattenzione
iglesiasSanMicheleySanCarlosde1200piiattenzionevolvemosPlazadelaSignoria...
Suenan los cascos sobre el empedrado. Bajamos con los pelos parados. No, seguro no somos “de Medici”.

De la serie “On the Road” (4)

jueves, 24 de septiembre de 2009

Coleccionista de ratas


Sí, te juro, mi hermana salió en el diario. Seguro que no fueron los del barrio que la denunciaron. Fue el Carlo. El de la moto. ¿Por qué? Porque la Sandra lo dejó. Ese se la tenía jurada.
Salió por lo de las ratas. Eran juntadas de la calle nomás. La Sandra les daba de comer, claro. Estaban gordas las bichas. Un cague de risa. Cuando la sentían a la Sandra con la comida, se ponían todas juntas, unas arriba de otras...¿Cuántas? Ah, ya tenía como sesenta, setenta... y se le ponían ahí apiladas moviendo los hocicos y los bigotes. ¡A veces se armaba cada relajo cuando se peleaban! Un día una grande la mordió a la Sandra. Ella decía que había sido sin querer .Se le hinchó en pila la mano. Hizo fiebre y todo. Después se le alivió.
Y… fueron los de la Intendencia los que vinieron. Que los vecinos habían denunciado. Yo que sé...calculo que por el jedor, yo que sé... Pero mirá que no, eh... ella las cuidaba. Decía que eran sus amigas. Pero el Carlo se salió con la suya. Y ahora a la pobre Sandra la tienen en el quiátrico ese. Anda llorando que le mataron a sus amigas. No la podemos ver. Dicen que va para largo. Ta en un cuarto con rejas. Me contó la cocinera de ahí, que es comadre de mi vieja, me contó que le tiran la comida por un agujero. Pero la Sandra no quiere ni comer, la pobre.
Sí, eso. Lo que te cuento salió en el diario. Que era coleccionista de ratas y que la tenían en el quiátrico.
¿Ese ruido? Bue, te voy a mostrar. Pero mirá que no sabe nadie. Contás y sos boleta ¿ta? ¡Cuidado! ¿Por qué ponés esa jeta? Es la bicha que salvé. Sí, antes era más chica. Ahora está preñada.
¿Y qué te creés? Esta noche se la voy a llevar a la Sandra. Como hace calor, le dejan la ventana abierta. Así que me trepo y tiro la bicha para adentro. A ver si la Sandrita se nos cura pronto y la largan de una vez.

Desnudo de Pesares



(A Armando)

Ya no recuerda el comienzo del camino,
ni el fin.
Desnudo de pesares y alegrías,
de causas y consecuencias...
No sabe si el camino fue simple o tortuoso,
ni si lo hubo.
Despreocupado de la historia, del devenir,
Despojado de culpas y abandonos,
Desviado de amar, de odiar, de trascender...
Le ha tocado distraerse del mundo
que acabó su tiempo.
Hoy es tallo húmedo
o hibisco frondoso.
Es piedra que el sol calienta
o inmenso acantilado.
Es leño que abrazan las llamas,
humo que se torna nube...
Cordillera nevada, copo, hielo;
diminuta partícula, astro, océano,
O todo ello.
Abstraído de preguntas,
acepta el calor sin desear la lluvia ni temer a la tormenta.
Ilumina intensamente sin miedo a perder el brillo,
Y, cuando hielo, no se aferra a su forma
preguntándose cómo será su agua.
Ni cuándo.
Siente. De infinitas formas eternas,
siente...y es.
Es esencia, raíz, savia , tronco...
Aunque sus hojas ya no estén.

Palomas en la plaza




Paseo: percance. A Pía los pájaros en el piso le provocan pánico. “Plumas, picos, patas; puff.” Pobre Pía. Parece perdida. Pálida, para. Personas parlotean, pican pan. Un pichón se posa en el pelo de Pía. Picotea en su perfume. Pía protesta. Padece palpitaciones. Petrificada. Ni parpadea.
-Perdón, pequeño- lo punteo con el paraguas. Porfiado, no se perturba. Pincho con peine su pechuga.¡Pesado, pegajoso! Pasan perros peleando. Parte el pichón. Pía, prosaica, putea sin pausa.

De la serie “On the road” (3)

lunes, 21 de septiembre de 2009

Encrucijada para resolver sola.


-¿Entendiste Citizenia?- dijo el Hechicero.
- Sí. Cuatro sapos. Un beso. Si emboco el sapo ta. -
-¿ Plazo?-
- Hasta que empiece “Valientes”.-
- Dale, tomá el mejunje.-

-¡Croac!-
- Uds. dos son muy chicos. Pélense. ¿Y Uds? Ta bravo. Sapo, vení sapito. ¡Che, dejen de saltar en las piedras! ¡Denme bola! ¿Será éste? No, mejor el otro. No…Ya sé. Me voy a consultar a las brujas.-

- A ver, sapos, volví. ¿Dónde están? Pero ¿ quiénes son estas minas? Dejáme pasar, mija.-
- Ni ahí. Metéte en la cola. Sos la 50.-

De la serie “Sapos y princesas” (3)

domingo, 20 de septiembre de 2009

La princesita



En el valle eran muy felices hasta que apareció la dolencia extraña: El Malhumor. Se infectaron todos. Nadie trabajaba las tierras, se peleaban y hasta dejaban de comer. Ni los magos encontraron soluciones y también se contagiaron del Malhumor.
Afortunadamente, el Hada de la Montaña quería mucho a los Reyes del valle. Sintió pena. Así que voló hasta el castillo y le dijo un secreto a la Reina. Pronto llegó la preciosa Princesita que curó a todos con su alegría y Buenhumor.

De la serie “Sapos y princesas” (2)

Cinderella Revisited







Hada la manda al castillo. = Príncipe la conoce por Facebook.
Bailan. = Chatean.
Desaparece a las 12. = Se cuelga la compu.
Hermanastra se corta el dedo gordo. = Hermanastra hackea archivos.
A Cenicienta le va el zapatito. = Ingeniero de sistemas repara daños.
Se casan. = Se juntan.
Se instalan en el castillo milenario. = Se van a Dubai.

De la serie “Sapos y princesas”.(1)

sábado, 19 de septiembre de 2009

Plato criollo


Tomen una tarde oscura. Una Ford del 39 varada. Agreguen viento fuerte. Mezclen: ronquido de motor forzado, chirrido de cubiertas, olor a aceite quemado. Añadan: diluvio gélido, latigazos de relámpagos, truenos. Aumenten con: chasquido de ramas secas, lamentos de troncos cuarteados. Métanse a la cabina. Vidrios cerrados. Suban temperatura. Completen con un punto de luz que baja por la colina. Adoben con fuerza mental. Confíen que acierte el rumbo. Esperen.

De la serie “On the road”. (2)

Mariposa diurna, nocturna, mía.



A mi hija Gabriela


Dicen que quedan pocas mariposas
En el mundo.

Vida efímera , intensa
Entre hojas, plantas y tallos
Su permanente vuelo de color y luz.
Por un día apenas,
Y luego...

Un día soleado,
Una niña
Que ríe
En afán de apresar
Su brillante tersura;
Y luego...
Un par de velas
Entre dos dedos,
Polvillo de alas
Con humedad de pena.

Una noche triste,
La luz candente
Seductora titila.
Viene y va la mariposa.
Se chamusca y quema.
Pasión eterna...
Y luego...
Polvillo opaco,
Se va cubriendo
Con lágrimas de cebo.


Y tú, mi mariposa,
Como aquellas,
Entre la niebla y el fulgor
De tu vida breve.
Ninfa,
Del capullo echaste a volar
Enamorándote una madrugada
De la irresistible llama,
Y luego...

Hay menos mariposas
En el mundo.
Hay una menos,
La más querida,
La que llevo en mi cerno
Prendida con alfiler de sangre.

Hay menos mariposas
En el mundo.
Pero encontraré a la mía
Un día radiante,
Y volaremos
Muy juntas
Como antes,
Para siempre,
Cuando mi cuerpo
Más no sea
Que polvillo gris
En un lugar sombrío.

¡Sacramento, aquí vamos!


¿Cuánto falta? Quiero el walkman. Mamá, decile ¡Dámelo! Pichí. Subí el aire. Veo veo. ¿Cuánto falta? Coca. Ma, me pega. Matrículas en 7¡ya! Ma, no dejan dormir. ¿Cuánto falta?
Nafta. Baño. Mapa. Direcciones: A: largo, seguro. B: atajo, peligroso. Votamos: 5 en 5, el A. Cruz de los caminos. Toma el B. Estrecho. Precipicios. Pendiente. Montaña rusa. Mudos. Sin respirar. Silencio.

De la serie "On the road" (1)