
El amor (mix de personajes míticos y dios).
Un toque moderno.
Yo sé que soy hermosa. De hecho, soy de las más bellas. Pero no puedo negarlo: Afrodita, mi suegra, (o ex suegra debería decir), lo era más. De ahí sus celos: no podía soportar la competencia. Ni siquiera tomó en cuenta que yo personifico el alma, lo cual no es poca cosa. ¿Qué más quería para el nene? ¿Una princesa? Ay Afrodita, a veces se te pelan los cables. Eros, -un divino-, me decía: - No te preocupes, Psiquita, no le hagas caso, ya se le va a pasar…-
¡Qué se le iba a pasar a esa hija de Zeus! (Mil desgracias me trajo).
Es cierto, al final nos casamos, con una mega fiesta en el Olimpo. El que lo decidió fue el Rey. Tronó y mandó aquel rayo Todopoderoso. Y sí, cuando Zeus dispone, todo el mundo boca abajo, incluso Afrodita. (Aunque siempre quedó atragantada).
Lástima que lo nuestro no duró nada. Yo creo que el divino de Eros era medio pollerudo y no soportó la eterna cizaña de la madre. Un buen día se esfumó. Para siempre.
Pero yo no me iba a quedar tejiendo como Penélope. Así, empecé a buscar algún buen candidato. Primero apunté a los dioses más poderosos. Hasta me fijé en Poseidón, les confieso. ¡Qué estampa en la carroza arrastrada por sus caballos entrenados para el mar! Dos cosas me decidieron en contra: una que no quería volver a entrar en la rosca de la flia. política y otra que es demasiado viejo para mi. A Apolo también lo fiché. Es súper pintún, sabio también. Pero es muy picaflor y las Harpías me dijeron que se duda de su virilidad. ¿Y otro más de arco y flecha? ¡No!
¿Y Perseo? me pregunté. Ese sí me cerraba. Creo que por aquello de salvador que tiene. Que todos sabemos cómo la sacó a Andrómeda de su apuro. Pobre de ella, yo sé lo que es estar atada a una roca a merced de tu destino.(Inmerecido, además). Me re embalé con ese valiente, les cuento.
Mis fantasías con ese ser inteligente y audaz que tan bien había resuelto el tema de
Cuando Perseo terminó su rutina, me le acerqué y empezamos una charla amena. Muy pronto disfrutábamos un romance furtivo. Mientras Andrómeda se quedaba en casa cuidando a los chicos, Perseo y yo nos perseguíamos por los bosques y las colinas, nadábamos en el mar riendo a carcajadas y nos amábamos desenfrenadamente.
Una romántica noche de luna llena, mientras paseábamos de la mano, percibí a mi compañero muy serio y callado.
-No puedo hacerle esto a Andrómeda-, me dijo. Sin anestesia.
Callé.
- ¿Sabés todo lo que he hecho por ella? Pasé tantas pruebas, petrifiqué a tantos…La salvé por amor. Quizás debí usar el espejo también contigo. Como con
A esa altura yo también me había estado preguntando si no era una injusticia lo que hacíamos. Con Eros yo había aprendido mucho del amor. Yo también me había jugado por él. (¡Ni recordar cuando tuve que bajar al Hades!) Además, Androméda me caía muy bien, ya lo dije.
Así que nos despedimos con apretados abrazos y ríos de lágrimas, separándonos antes del amanecer. No supe más de Perseo. Embarcada en distintas naves, conocí otros mundos: padecí terremotos y tormentas de mar. (Cuando Poseidón, enojado, golpea con su tridente, aprontáte para el tsunami). También descansé en las calmas subsiguientes…
Una quinta noche de luna , los viajeros quisimos conocer una bahía nueva, acunada en medio del vasto mar. Bajamos a las canoas y nos mecimos en un silencio con melodía de remo.
Al desembarcar, ya sentada en la arena, abrazada a mis rodillas, noté en el cielo una nueva constelación. Supe que era Andrómeda. Sonó la música del laúd, alguien prendió una pipa y todos juntos empezamos a cantar bajito. Como llamado por nuestras voces, Perseo se materializó a mi lado.
-¿Nos vamos a Micenas?- me invitó. Así, de zopetón.
-Obvio,- contesté.
Fue mucho después cuando caí que Perseo también era hijo de Zeus. (Un buen hijo). No me importó. Al fin y al cabo estamos todos emparentados. En Micenas nos construimos un hogar fuerte y nos quedamos a vivir con los tres chicos de Perseo.
El palacio es grande y tenemos planes de aumentar la familia. Perseo quiere que tengamos dioses. A mi, si son dioses o semidioses me da lo mismo. ¡Con tal que no sean mortales! Esos son muy indefensos, pobrecitos. De última, el que lo decide es mi suegro.