domingo, 8 de mayo de 2011

Cielo Despejado

Ni una nube. Hace tres días.

El mar sereno acaricia el bote. Rueda sobre el fondo una botella vacía. En una lata, una cagada de pájaro. Blanca. Dura.

El muchacho ya no logra estar alerta. Lacera sus pupilas claras el reflejo, provocándole un dolor punzante. Cierra los ojos y se acurruca bajo el toldo que ha improvisado con su camisa. Durante el día lucha por esconderse del sol, pero los rayos encuentran partes de piel expuesta y la devoran en una llama ardiente.

A la noche, los músculos agarrotados le responden lentamente. Al fin logra incorporarse. Con cuidado da dos pasos. Ida y vuelta. Con agua salada, se limpia el pus de las pestañas. La luna llena ilumina un cardumen que zigzaguea muy hondo. Imposible atrapar un pez. Se deja caer…

Debe tener paciencia, m’hijo y sostener firme… ¿ve?...¡Mire, está picando, vamos, recoja rápido…muy bien…Ahí viene… No afloje. Trae algo grande. Cuidado con el anzuelo.… Abuelo, ¿lo vamos a comer? Claro, m’hijo… Así, ráspelo bien, que no quede una sola escama… Ruega que algo le desactive esa invasión de jugos gástricos. Que le calme los retorcijones.

Cielo azul.

Le duele orinar y echa solo unas gotas oscuras. Ya no puede aguantar la boca seca, la garganta áspera como lija. Toma agua de mar. Al instante, una diarrea viscosa se le derrama en el pantalón. Se lo quita, lo sumerge, lo escurre y lo deja a un lado. Siente mucho frío…

En la cabaña de madera, crepita el fuego. Al besarle el cuello, ella sonríe. El la siente suya por primera vez. Entierra la cara en el pelo cobrizo y aspira el olor a limpio, a champú fresco. Las sombras de las llamas bailan sobre sus torsos desnudos. Ella tironea de la manta ... No, por favor, no te tapes, me encanta mirarte, sos tan linda…No tengas vergüenza. Soy yo….Lo enardece más esa timidez. El también se cubre y dan rienda a la pasión debajo de la manta a cuadros.

¿Cómo es que no puede entrar en calor? Debe cargar más leña. Las hormigas están desquiciadas. Les han invadido el hormiguero. Corren por sus pies en cualquier sentido. Sin dejarse ver. Le castañetean los dientes. Comienzan los temblores.

Cielo despejado.

Los calambres del estómago se han agudizado. Le cuesta tragar, como si le faltara saliva. Siente náuseas y hace unas arcadas secas. No hay nada que vomitar. Ni bilis. Pasa el día y la noche aletargado. No puede controlar las sacudidas del cuerpo.

“Pecaste de curioso, pichón de mierda. Pecaste. Pecaste, gaviota. ¡El gorro! Se te van a freír los sesos. Tarado, no se fríen. ¿Ah no? Preguntale a mamá. Preguntale. A mamá.” Delira. Larga un puñetazo al aire. Y sigue murmurando quién sabe qué.

Estruendo de tormenta. Levanta la cara para recibir la lluvia. No. Una niebla espesa envuelve caras sin cuerpo. Quiere reconocerlas. Anónimos. Entrañables. Su padre. Se desvanece. Entonces grita. Se retuerce. Y tiembla.

“Sin pronóstico de lluvias” “Invasión de turistas” “Atención a los incendios, sea precavido” dicen los titulares.

El bosque de pinos ha estallado en llamas. Acuden los mochileros, los locales, los veraneantes. Baldes. Palanganas. Ollas. Sirenas. Bomberos. Mangueras. Crujen los árboles. Saltan chispas. Humo. Sofocones. Desmayos. No dan abasto.

Llegan los helicópteros lanza agua. Van al mar. Cargan. Vuelven. Desagotan y otra vez.

-Comandante, mire eso. ¿No es un bote?

-Sí, eso parece. Avise a Prefectura Marítima de inmediato.

La lancha toca tierra y los rescatistas bajan la camilla en segundos. Sobre la sábana blanca que cubre el cuerpo se va depositando una lluvia de ceniza.

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