miércoles, 11 de mayo de 2011

De pañuelos y otras hierbas


Hace días que vengo arrastrando un aviso: de resfrío,o gripe. Tengo una tosecita boba, molesta. No es del otro tipo: de esas toses que aparecen por la necesidad imperiosa de aliviar una carga en el pecho. De esas que te dejan doliendo hasta las tripas. Tampoco de las que te agarran en el ómnibus, en el cine, en clase, o en medio de una primera cita. No. Esas son Señoras Toses. Te pica la garganta. Te lloran los ojos. Quedás congestionada. Nunca tenés un vaso de agua a mano para paliar la situación. (Ni siquiera en la cita, porque estabas tan nerviosa que te tomaste el agua de entrada y ahora no te vas a mandar el vino de un trago). Esas son toses avasallantes, orgullosas.

Esta tosecita, en cambio, es de otro palo. Diría que ni siquiera alcanza la condición de tos. Está a medio camino entre una carraspera y el escalafón siguiente. Como que no se decide…

Por suerte llueve. Estoy de vacaciones. Puedo pasarme leyendo, o en la computadora: escribiendo, chateando, bajando música, lo que me dé la gana. Eso sí, a cada rato me tengo que levantar porque la dichosa tos me presiona. Sabe que, con eso en la boca, no voy a seguir tecleando, haciéndome la distraída. Lástima, porque ahora el chat está entretenido. Escribo: "pará 1 min ya vengo" y me voy a expulsar la flemita. La observo antes de tirar la cadena. Tengo que saber si ha cambiado de color, de forma o de tamaño. No, siempre igual. Blanca, como una saliva espesa, que flota en el agua del water.

"¿Qué hacés? ¿Te secuestraron? Chau", me escribió hace rato mi amigo. Ya está desconectado. Después le diré que era algo importante, en el teléfono. No sé porqué me quedé tanto tiempo mirando la flemita. Me tenía atrapada. Creo que fue porque me acordé de la explicación del médico, hace un tiempo, cuando tuve otro episodio. "Te gotea de arriba, sí", dijo, tocándose el entrecejo, " y te baja por atrás. Tragás y después tenés que expectorar." Quise imaginar ese viaje complicado de mis propios fluidos. Me había parecido sencillo aquella vez. Ahora no podía visualizar el trayecto. Claro, bajaría como un agua, eso era lo que yo sentía cuando tragaba. Sin embargo, en algún momento, no sé dónde, adquiría esa otra forma, que me invadía, como de ameba. ¿Dónde se haría el molde? ¡Tanta vuelta para terminar así! Un escupitajo. Y, de última, estaba bien, porque era ajeno, o en algún lado se había transformado en algo ajeno a mí.

Tal como predije. La tos desapareció, dejándome clavada con una garganta roja, irritada. (Para mí, fue su última venganza. Por ningunearla. No era tan boba ella). El Bucoseptine en spray es un buen desinfectante y me calma por un rato el dolor. No sé porqué siempre compro el rojo, no el incoloro. Me lo echo unas tres o cuatro veces por día. Hoy de mañana me pasó algo extraño. Antes de desenroscar el tapón, noté que quedaba muy poco líquido. Supuse que me había equivocado de envase, pero no. El anterior estaba vacío en la papelera. En eso sentí calor en las manos. Como si las hubiera puesto sobre el radiador. No pude reprimir un chillido al ver que estaban teñidas de rojo. Dentro de la pileta, las gotas del remedio resbalaban lentamente por el borde interior y al entrar en contacto con una gota de agua, se aceleraban, huyendo como lombrices por el desagüe. Me lavé bien las manos. Busqué la fisura en el envase pero no encontré ninguna. Por fuera estaba totalmente limpio y seco. Me eché dos disparos e hice unas gárgaras para que el líquido impregnara el paladar y la campanilla. Cuando fui a poner el frasco en su lugar, le noté una sonrisa irónica. Corrí al cajón de la mesa de luz. El mercurio del termómetro marcó solo 36 y medio.

El Bucoseptine está guardado en un armario, fuera de mi vista. No me puse más. Ni quiero, porque desde aquello quedé escamada. Me venía un escalofrío cada vez que echaba la cabeza hacia atrás para pulverizarme la garganta. A veces, cuando abro ese armario, me parece que va a salir una catarata roja. Lo abro con cuidado y ni miro aquel frasco. Creo que voy a cambiar de lugar los remedios. Todos menos ese. (No quiero que contamine a los otros. Es como la manzana podrida en la cesta). O mejor, cuando venga la limpiadora, le pido que lo tire a la basura. Ni lo toco.

El dolor de garganta dio paso al resfrío. No me conviene salir, así que prefiero que persista esta llovizna. No me importa que esté gris. Ansío más lluvia, que pegue fuerte contra el vidrio, mientras yo sigo leyendo la novela o dándole a las teclas. Dicen que hace mucho frío. Lo que me tiene mal es el tema de los pañuelos descartables. Encargué otra marca, porque los anteriores me raspaban. Estos son peores. Cada vez que me quiero sonar, el pañuelo me atenaza la nariz. Tengo que apurarme a tirarlo porque me corta la respiración. Aunque trate de respirar por la boca, el pañuelo me gana siempre, porque se me adhiere también allí y cuanto más agua me sale, más se me pega.

Dejé de usar pañuelos. Me iban a terminar asfixiando.

Archivé la novela. Lo que larga mi nariz, todo lo que estornudo, cae sobre las páginas. Se pegotean unas a otras. Es una chanchada.

Clausuré la computadora. Creo que exageré un poco con el asunto del algodón embebido en alcohol gel. Frotando el teclado cada dos minutos. Las letras se rebelaron y desaparecieron. Casi todas menos la eñe. Además, el olor me provocó náuseas. Pero a los pañuelos no pienso volver.

Lo único que me calma es estar bajo la ducha. Me tengo que dar varias por día, porque si no, con esto del divorcio de los pañuelos, soy un asco. El vapor me afloja el pecho y salgo tosiendo. Toso mucho. Mucho más que antes. Con toses fuertes, cargadas, productivas. ¡Bienvenidas! Estas sí son Señoras Toses.

4 comentarios:

  1. Querida Ceci, vaya vaya con la tos. Un texto muy levreano.
    Abrazo
    Stella

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  2. gracias stellinha!!Y tus escritos como van?beso

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  3. Cómo capta Steliña eh.
    Pero Levreriano a lo Ceci!
    cof cof cof, cariños a todas, espero estén escribiendo mucho
    astrid

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  4. Gracias por tu comentario Suequi. Q no vuelva ni la coff ni la ola polar! bs

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